María Antonieta fue un auténtico icono del estilo de su época. Cuando se convirtió en reina en 1774, adoptó la pasión de la nación francesa por la moda.

En Versalles, María Antonieta dedicaba tiempo, atención y considerables gastos a la planificación de su vestuario y sus peinados, así como a las fiestas en las que mostraba sus atuendos. Encargaba hasta 300 vestidos al año, y se sabía que nunca se ponía nada dos veces. Su pasión por la indumentaria, la decoración y los interiores, así como un presupuesto aparentemente ilimitado, le permitieron crear obras maestras que dejaron una huella significativa en la historia de la moda y siguen inspirando a los diseñadores hasta nuestros días.

A menudo se dice que María Antonieta fue la primera consumidora de artículos de alta costura. Su "ministra de la moda", Rose Bertin, diseñaba y confeccionaba para ella prendas únicas. Juntas hicieron de la moda y la indumentaria no sólo un oficio, sino un arte. Los trajes reales siempre han fascinado al público y todo el mundo esperaba con impaciencia la próxima aparición de la reina.

Ella también inició la moda de los peinados altos y excesivamente adornados llamados "pufs". Su aparición dependía a menudo de acontecimientos culturales o de la importancia política del momento. Contenían emblemas apropiados entretejidos en el diseño del cabello, a menudo con dibujos y textos o motivos escritos. Los peinados extravagantes se decoraban con flores, plumas, pájaros artificiales, perlas, encajes, diamantes, barcos y otros juguetes similares.

Atar el pelo, empolvarlo y luego hacerlo enorme y majestuoso con pelucas caras estaba de moda, y el pelo grande se convirtió en símbolo de estatus y, en definitiva, de estilo. Además, gracias a María Antonieta, la gente empezó a teñirse el pelo en tonos pastel. Estaba muy de moda entre la realeza y los aristócratas teñirse o empolvarse el pelo para darle un color inusual. "El rubio fresa era el tono más popular.

María Antonieta contribuyó a que París siguiera siendo la capital de la moda europea. Desgraciadamente, el lujoso vestuario de María Antonieta no hizo sino crearle una imagen de derrochadora frívola, que fue una de las principales razones por las que fue despreciada por los franceses. Esta antipatía llevó finalmente al país a la destrucción de la monarquía y a la reina a la guillotina en 1793.